domingo, 10 de agosto de 2008

LA PENA DE MUERTE

LA PENA DE MUERTE CAMPÉA DE NUEVO
(EL ESPÍRITU DE MOLOCH COMO SOLUCIÓN A LA INCAPACIDAD DE JUSTICIA SOCIAL BIÓFILA)

“Si un alma sumida en sombras comete un pecado, el culpable no es el que peca, sino el que no disipa las tinieblas.”
Víctor Hugo

La muerte es un hecho o fenómeno tan viejo que siempre acompaña a la vida, ya que donde existe vida, tambien existe muerte potencialmente hablando.
La vida y la muerte son más viejas que el hombre, ya que mucho antes de que éste apareciera, ya campeaba en las demás criatura. Muerte desde la concepción humana, es decir, conceptual.
Los que somos seres humanos tenemos vida y por lo tanto, estamos viviendo como manifestación de un doble proceso cognoscitivo: la muerte-vida
Estamos viviendo porque estamos muriendo dialécticamente. No es posible morir si no contamos previamente con el supremo valuarte que es la vida.
Para vivir es necesario morir en la potencialidad del futuro y del presente también y, para poder ir muriendo, es pertinente ir viviendo.
Tenemos el privilegio de morir en nuestra humanidad, por ello dijo Jorge Luis Borges: “…Debemos entrar en la muerte como quien entra a una fiesta.”
La muerte se presenta como continuación de la vida, sus causas pueden ser de las más diversas.
Ahora bien, de esta dualidad complementaria de vida-muerte, se desprenden unas posiciones filosóficas dignas de ser analizadas a la luz de la realidad social.
Primera, la posición necrófila, que como su nombre lo indica etimológicamente, es “amar a la muerte”.
Amar a todo aquello que tenga que ver con todo reducto de la muerte, comprendiendo lo inorgánico, lo sin vida, la contaminación, los propios vicios entre más.
Pero a la vez, tiene que ver con todos los medios que conlleven a la muerte como fin.
Apareciendo así la muerte como objetivo a alcanzar, mediante una determinada metodología, y no como un proceso en donde se encuentra presente el orígen y proyecto de vida.
Segundo, la biofilia contempla todo lo contrario a la necrofilia, es decir, es amar a la propia vida y todo aquello que tenga que ver con las espectativas de creación, recreación, respeto, cuidado y conservación de la vida misma en todos los niveles posibles.
Plantar árboles, la higuiene, comer saludablemente, realizar ejercicios, etc., son manifestaciones de la postura biófila.
Por otra parte, existen individuos, momentos históricos, procesos, leyes, intereses, valores y actitudes, que se han inclinado por una u otra postura.
En términos de Freud, Tanatos y Eros. Así tenemos que a lo largo de la historia, la pena de muerte ha pertenecido a la posición necrófila.
Hay que recordar que la pena de muerte ha desempeñado roles diferentes en los capítulos históricos.
Uno, se practicaba con el afan de apaciguar la ira de los dioses, dioses que se creía habían sido agraviados y, para ello la pena de muerte fungía como sacrificio.
Para ello eran escogidos los individuos desde los primeros años de vida, representando un gran orgullo el de haber sido escogidos para tan alto y noble fin.
En otras ocaciones, dichos sacrificios se ofrendaban a los dioses con personas capturadas en las guerras.
En este caso, dichos sacrificios eran en sí una verdadera pena de muerte religiosa, debido a que los dioses eran agenos a los prisioneros.
Desde nuestro punto de vista objetivo, podemos calificar a las dos posturas como pena de muerte. Una consentida a la sombra del discurso religioso y el otro, impuesto de manera más directa al derrotado, al que había sido tomado como esclavo.
El punto común era el de la preocupación por mantener o restituir un determinado orden cosmológico religioso.
Para restablecer el orden antes perdido, como una especie de contraprestación y obtener así el agradecimiento y la gracia de los dioses.
La necrofilia o culto a la muerte siempre ha acompañado al hombre, ya sea en forma de dios Anou en sumer que se asociaba con la muerte, incluso de niños.
En otras, como dios Moloch Moloc o Molok, mismo que era adorado por las distintas tribus semitas, amonitas e incluso, los judíos lo idolatraron en su figura humana, con cabeza de becerro, que se le representaba con figura de bronce.
En nuestra cultura, Huitzilopochtli, también exigía sacrificios como práctica cultural de tipo necrófilo, a pesar de que se revestía de biófilo, al tratar de obtener mejores alimentos, caza, recolección de frutas, entre otros.
También los demás dioses aztecas reclamaban la sangre de los corazones de día y de noche. Los sacrificos de doble cara biófilos-necrófilos se practicaban como parte de una cultura idólatra muy profunda.
Despues, con el cristianismo como sistema de ideas religiosas y su influencia, los dioses de y para la muerte, se fueron diluyendo poco a poco y van perdiendo sus formas ancestrales, pero cambiando de imagen y de templo.
En la actualidad por ejemplo, el Estado es quien coquetéa con la idea de institucionalizar la pena de muerte. Es decir, la quiere controlar domesticándola y, despertando así el espíritu de Moloch.
En estos tiempos, el Estado se empecina en tocar el sarcófago del dios Moloch, para despertar el sueño de la bestia y que vuelva a su bestial oficio de muerte social.
El Estado, mediante su legal brazo ejecutor del derecho, mueve la posibilidad de alimentar una vez más las insatisfechas entrañas del dios de la muerte.
Moloch respira, se mueve de su sueño aletargado, está vivo, sólo espera que se le desencadene para salir a realizar su trabajo desgarrador de vidas.
El Estado a través del derecho y como hecho social por excelencia, según lo dijera Durkheim, es la expresión directa de la conciencia colectiva, puesto que la contiene en sus leyes y normas jurídicas.
O si se prefiere en términos Gramscianos, el derecho por estar ubicado en la sociedad política, la cual forma parte de la superestructura, es un reflejo dialéctico de la estructura de un bloque histórico.
En cambio, Louis Althusser lo maneja como parte de un aparato ideológico de Estado.
El Estado a travéz del derecho, desea organizar, administrar y dosificar el culto a la muerte, diciendo que es necesario para poder garantizar la “buena organización de la sociedad”, que es un mal necesario para garantizar el buen funcionamiento social.
Se solicita el establecimiento de la pena capital para eliminar a los violadores, parricidas, infanticidas, secuestradores que ejecutan y asesinan o mutilan a sus secuestrados, entre otros.
Sin embargo, no se analizan las condiciones objetivas que hacen posible el trastorno de dichos sujetos altamente peligrosos.
Los voceros oficiales han manifestado en muchas ocaciones la simpatía que tiene por dicha pena.
Por ejemplo, tenemos que el diputado Jesús González Gortazar propuso en su tiempo la aplicación de la siniestra pena de muerte, al igual que el señor Saturnino Agüero A guirre, el cual fue nombrado presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, el cual señaló que era cuestión de que el pueblo decidiera sobre la aplicación de la pena de muerte.
También Carlos Salinas de Gortari cuando era candidato presidencial del PRI, manejó la posibilidad de un referéndum sobre la pena de muerte como proyecto penal en los siguientes términos y, que fueron recogidos por el periódico el Uno más Uno, del 14 de Abril de 1988, he aquí: “…se puede someter a la voluntad ciudadana la decisión de cómo quiere que se actúe contra aquellos que cometen los crímenes que afectan y atentan contra la comunidad, en los aspectos que sanciona más enérgicamente nuestra ley.”
Es posible que la sociedad como un todo y encarnada en un sistema social, sea más peligrosa que el mismo individuo desquisiado y ser abominable.
Ya que la primera es capáz de encubar y producir individuos al por mayor con características ontológicas desviadas, despiadadas, sumamente enfermas, es decir, subhumanas.
Las condiciones de vida para millones de seres humanos son sumamente precarias, de extrema pobreza.
Esta condición da como resultado, la desintegración familiar, hambre, miseria, prostitución, insalubridad, en fin, deformación profunda tanto física como psicológicamente.
Estos subproductos humanos son los que lógicamente se manifestarán tarde o temprano en conductas sanguinarias, a veces bestiales que seguramente enorgullecen al dios Moloch.
Pero también son los que rechaza la sociedad como autora material, horrorizándose de sus propias evacuaciones subhumanas.
Con la pena de muerte, el espíritu sanguinario del dios Moloch late y se fortalece en las entrañas obscuras del Estado amenazando con volver a nacer y, ser hijo legítimo del padre Estado y de la madre justicia.
La espada que debería de representar la justicia, poco a poco se transforma en guillotina en manos de molch estatal.
La irresponsabilidad humana es tan grande que el sentido común se convierte en cómplice, debido a que consigna la necesidad del establecimiento de dicha pena. Sin antes dimensionar sobre el problema social que subyace.
Pero no sólo se involucran gente del pueblo a favor de tan distinguida dama de negro, sino que también participan profesionistas y “sacerdotes estatales”, mismos que litúrgicamente ritualizan las plegarias propagandísticas para hacer posible dicha bendición justiciera.
Los criterios y las mentalidades en este tipo de juicio sobre las virtudes de implementar la pena capital realmente son de los más pobres. Puesto que se confunde el mismo crimen como problema social con los propios criminales.
El individuo que desea la pena de muerte, se involucra como un posible agraviado de otro sujeto, el cual ya fue terriblemente agraviado por un sistema social que no le brindó la oportunidad real de formarse más o menos integramente, o que le permitiera vivir sin delinquir como muchos otros.
Además se olvida que esa sociedad, ese sistema social capáz de deshumanizar a miles de individuos, presisamente está formado y sancionado por todos nosotros de alguna manera, somos parte de él, la complicidad en que hemos caído está a la vista.
Se desea y se ataca al criminal como sujeto, pero se hace poco o nada por combatir el crimen, como objeto social.
Se ataca al efecto, pero no la causa última. Sino la causa mecánica, directa la del brazo que ejecuta el disparo o el cuchillo.
Un verdadero tratamiento superficial de eliminación de sujetos, no de los verdaderos factores y causas responsables del factor criminológico.
Una seudocriminología, reaccionaria, retrógada, un tratamiento similar a la que les aplicaban a las supuestas brujas medievales, o la eliminación de “limpieza” de judíos, todo bajo la economía de la lógica del control del poder.
Se quiere atacar al efecto pero no la causa. Se ataca al sujeto y al objeto se le deja intacto, intocable, como sin nada tuviera que ver con dicho sujeto.
Así, la sociedad le da la espalda al sujeto que produjo en su seno. La sociedad es buena, el individuo es el malo. El que escogió “libremente” tan desviadas conductas en contra de la sociedad que lo vió nacer y le dio su abrigo de manera solidaria y socialmente.
Se dice que todos tienen la misma oportunidad, lo cual es un mito. Ya todo está calculado, los sistemas poseen sus leyes operativas y también sus márgenes de criba.
No todos pueden ser diputados, tampoco albañiles, plomeros, estudiantes, o profesionistas, mucho menos “hombres integrados” con las condiciones infrahumanas que viven.
El hecho de que una persona logre “escalar” desde una posición baja y poder llegar a la sima o, a niveles medios o superiores, no quiere decir que todos tengan las mismas posibilidades, para nada es te dato es genérico y aplicable para todos los individuos.
Por otro lado, tenemos que ante el dolor de perder un hijo, un hermano, un padre o una madre o un amigo, es lógico el gran dolor y el deseo de venganza personal, como respuesta de la condición humana más elemental, más arcaica, más primitiva.
Creo que todos reaccionaríamos así, viceralmente, ante un profundo dolor. Nuestro cerebro reptil afloraría irremediablemente. Si no lo hiciéramos no seríamos humanos.
Esta es una dimensión válida y comprensible desde su lógica interna sistémica
Pero existe otra dimensión más amplia, por ello, lo que debemos intentar es alzar la mirada de que el mismo sujeto aberrante puede ser nuestro hijo o padre o hermano, con lo cual resultaría igualmente doloroso.
Lo que debemos de prevenir es que no se de el problema delictivo, ni se de el sujeto agraviado, ni tampoco el agraviante.
Pero más allá de estas posibilidades, existe otra dimención más general, la científica social, la de comprender las posibilidades de existencia de un sistema que niega rotundamente la verdadera humanización y desarrollo integral.
Es decir, la que niega y tiene relegado a millones de personas en condiciones miserables, en otras palabras, las tiene condenadas al sometimiento, presisamente a todos aquellos procesos que aniquilan y deshumanizan el alma de los sujetos.
Un sistema que enajena profundamente a millones de seres con la publicidad de consumo desmedido, que la alcoholiza, que lo acorrala con salarios mínimos, con la no repartición de la riqueza social en forma equitativa, con el desempleo, con la desesperanza, la insalubridad, falta de servicios públicos, que les niega la educación, con el hambre, en fin, que lo explota por todos los medios posibles, la respuesta es lógica.
Ni modo que pensáramos que estas condiciones fueran las que produjeran genios, artistas, científicos, grandes inventores, poetas, ilustres profesionistas, literatos, humanistas, premios nobel, entre más.
No cave duda, el sistema es el que produce en serie los “franquesteins” que ahora quiere negar como sus hijos sociales.
De todo esto se desprende que el dios Moloch aparece como un dios necesario de exterminio, cuya presencia es exigida ante la incapacidad de implementar políticas públicas eficientes que garanticen la formación integral de hombres con una mentalidad sana.
La esperanza humana se ve fuertemente amanazada ante afilados colmillos del dios devorador de carne molida, carne previamente apaleada por el verdugo social y las políticas de clase.
El concepto de vida como valuarte más preciado, hoy, casi se desvarranca donde los cuerpos son devorados por las aves de rapiña de politicas reduccionistas, simples y superficiales.
Se está proponiendo un tratamientos eliminatorios de cuerpos y almas que no se disiplinan ante la lógica de acumulación sin fin, se propone ante la imposibilidad de cambiar las reglas económicas y de poder implementar un humanismo como sistema de vida.
La perturbación al sistema mediante el factor criminal va a la alza, no lo podemos negar, las causas que lo originan también.
Se recomienda penar por última vez al individuo con dicha pena última, aduciendo que es o son verdaderos moustros sociales y que por lo tanto no deben seguir viviendo.
Sin embargo, los políticos que se roban cantidades estratosféricas de la sociedad y con ello condenan a la miseria a millones de mexicanos, nunca se ha manejado la posibilidad de aplicarles la pena de muerte. ¿Quién es más criminal? El que asesina y mutila o, el que condena a miles de niños a la miseria, quitándoles la oportunidad de asistir a las escuelas o suprimiéndoles de plano un pedazo de pan.
Es imposible conseguir la verdadera justicia con un crimen de Estado. ¡Un crimen con otro crimen para alcanzar la justicia imposible!! Sería una burda venganza social y de Estado.
La pena de muerte es una barbarie en forma de venganza. Es la representación de la incapacidad y desesperación y es más, la derrota completa para abrir espacios o promover procesos de vida, de creación, de desarrollo y de potencial humano, en fin, de promover valores con altos contenidos de una filosofía universal biófila.
Lo más curioso es que a veces son principalmente los católicos y demás religiosos los que gritan con más fuerzas, incluso, la propia iglesia católica mediante sus “principes espirituales” ha coqueteado con la práctica de dicha pena.
Dando la espalda del mandamiento y en cambio, abrazando con dicho olvido la incongruencia que origina el famoso “no matarás”.
La clemencia y comprensión que debería originarse por parte de la iglesia, sobre la fábrica de productos subhumanos por parte del Estado-sistema, se deja al lado.
Es más fácil señalar al individuo, condenarlo de lo que es manifestación lógica de lo que miserablemente recibió por parte de la sociedad.
Todo posee una razón de ser, el criminal también la tiene. Y no es en última instancia de que haya escogido “libremente”, tal o cual conducta antisocial y desviada.
Esa sólo es la que derramó la gota, equivale a la última reacción de un estado complejo y de descomposición.
En otras palabras, es el último eslavón de múltiples determinaciones, tanto sociales, hereditarias, económicas, psíquicas, políticas, biológicas, filosóficas, etc.
La iglesia como todo un poder constituido, en lugar de hacer énfasis y estarse manifestando con carácter decidido, en el bajísimo nivel de vida, de la pésima calidad de vida de millones de seres, prefiere y se alía a los voceros oficiales del Estado, a los jilguerillos de las cámaras de comercio, a los que presisamente son los operadores y beneficiarios directos de la explotación despiadada y, sitemática acumulación de la riqueza sin límite alguno, a costa de todo.
Se olvidan de que según la Biblia, Dios en Génesis, implantó la pena de muerte, según lo que se comprende, al señalar que: “…De todo árbol del huerto podrás comer;
más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieras, ciertamente morirás.”,…la muerte se trasmutó a la expulsión del paraiso, pudiendose tomar como otra muerte metafóricamente.
Pero continuando con algunos paisajes biblicos, mismos que podemos aplicar para efectos de la argumentación que estoy señalando, tenemos que estando Jesús en la cruz se dirigió al Padre y dijo: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Otra más muy ilustre es la que dice: “el que se sienta libre de pecado que arroje la primera piedra”
En este orden de ideas pregunto: ¿Sabrán real y profundamente desde una visión humanista, los parricidas, violadores, descuartizadores, multiasesinos, etc., de sus actos desviados?...no verdad?... si lo supieran no lo harían…así de simple.
Recordemos que Jesús fue víctima del poder, de la sociedad organizada en instituciones de aquel entonces.
Si a Jesús se le encontró culpable y se le aplicó la pena de muerte, imaginemos lo que sucederá a “un hijo de nadie”, mismo que se encuentran por miles en las cárceles.
La historia nos ilustra de muchos personajes que fueron llevados a la hoguera tanto por la iglesia como por los principes y reyes.
Hoy se pretende dar el hacha y la capucha oficial al brazo ejecutor del Estado: el derecho
Se pretende legitimar una vil muerte, una vez establecida, seguramente será al por mayor.
Se desea legitimar la “fabrica” de hombres pobres de humanidad, sin reparar en la gran maquiladora social donde se “manofacturan cerebros con destinos a delitos más y más atroces.
En este caso concreto, estos subproductos humanos irremediablemente tienen el sello, de “hecho en México” y, todos debemos reflexionar y hacernos responsables, en lugar de ser cómplices de la comodidad del dedo señalador y luego, del dedo que oprima el botón de la silla eléctrica.
Para luego seguir así hasta el infinito, con la fábrica en serie de cerebros deformados, de cuerpos con características de fuerza de mula, de fuerza de burro, de fuerza de bestia de carga y resistencia descomunal.
Presisamente así los requiere y los formatea un sistema que se nutre del producto de la fuerza de los demás.
Todo está bien, siempre y cuando no perturben el “orden establecido”, “el espíritu de acumulación”, sin embargo, cuando se les sale de sus controles dichos “moustros”, quiere imponer una medida de exterminio.
Desde hace mucho tiempo, se está horneando cuerpos franquestenizados que casi no coman, que no protesten, que no piensen, es decir, una especie de sombis, en otras palabras, de cuerpos de esclavos que no interrumpan la lógica y barbarie de la acumulación.
El espíritu de Moloch….continúa


Víctor M. Estupiñán Munguía

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